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La pintura de Julián Ugarte se inscribe en el marco del expresionismo, pero el suyo es un expresionismo muy sui generis.

Aunque temáticamente se le ha atribuido una tendencia al realismo costumbrista, hay que señalar que la sintaxis que utiliza es muy diferente, mucho más moderna y abierta, de empastes expresivos, pinceladas pastosas, de texturas, de una pintura de trazos que se notan, que reivindican tanto la vista como el tacto. Esa manera de concebir la obra a base de grandes manchas es lo que caracteriza la obra de Ugarte en toda su trayectoria y puede decirse que es lo que principalmente define el estilo ugartiano.

Su paleta es sobria en colores, pero a la vez de mucha fuerza expresiva. Abundan los tonos verdes de los paisajes rurales de Gipuzkoa, los amarillos de tierras navarras y alavesas, así como los ocres y marrones de paisajes castellanos, como también los azules y grises de los puertos vascos y de las marinas, y los ocres y amarillos de los desnudos y las playas. Destacan entre todos ellos, por su singularidad, los rojos y amarillos intensos de la serie Gernikan.

En París conoce de primera mano las vanguardias de la pintura, y absorbe de ellas lo que a él le interesa, para después seguir su propio camino, su propia voz interior y su propio lenguaje. Admira a Picasso, Gris, Braque… Acepta, por ejemplo, las lecciones del cubismo y del constructivismo, y las adapta a su estilo. Concretamente, en su época parisina le empieza a interesar “lo natural estilizado”, y va a desembocar poco a poco en un cubismo sintético. Ese cubismo se aprecia en sus arquitecturas urbanas tanto de París como de los pueblos españoles que pintó a su vuelta de Francia. Y todo ello lo expresa con una sintaxis de pinceladas de bulto, de volúmenes a los que saca el máximo partido en su expresión. Y llega así a un expresionismo constructivista, cada vez más suelto, que culminará incluso en algunas obras de tendencia más abstracta, sobre todo en la década de los 90.

Es un pintor sobrio, interesado en la esencialidad y la síntesis. Un pintor de casta, y muy buen dibujante. En toda su obra hay un dibujo subyacente; parte de ese dibujo, al que da movimiento y luego llena de color, de materia, de texturas. Sus obras son de una gran solidez escultórica, realzada por el sabio empleo de la luz y remarcada composición.

 

 

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